Agosto
dio paso a Septiembre, el fin del verano se acerca, y con ello el principio de
las clases. Saray apoya su mano contra el cristal, como si esperara la llegada
de alguien.
Hoy
no la visitaría su pequeño ángel, tenía cosas que hacer, además la vuelta de
sus padres sería al día siguiente, por lo que debía recoger la casa y dejarla
limpia como una patena. Pero ni su cabeza ni su corazón estaban en su cuerpo,
limpiaba como un robot, como un recipiente vacío.
Quería
verle. Pero no podía. Siempre es lo mismo, el querer y no poder. A lo tonto ya
ha terminado casi todas las habitaciones, solo le quedaba pasar un poco el
plumero en el salón.
Una
idea acude a su cabeza. Pasa el plumero lo más rápido que puede, se viste a
toda velocidad, un vestido blanco de algodón y tirante grueso. Un cinturón y
unas sandalias marrones. Sale como un rayo hacia las calles de Madrid.
EL
traqueteo del tren acompaña a su corazón desbocado. ¿Y si se perdía? ¿Y si no
estaba?
Las
sucesivas preguntas aparecían como una secuencia en su cabeza, una tras otra.
Estaba
nerviosa, quizás demasiado. Trata de respirar pero parece que no le llega el
aire. El nudo de su estomago se hace más y más grande.
Sol.
Su parada, no había vuelta atrás.
Gabriel
mira por la ventana, a aquel cielo anaranjado que antes había sido azul, como
sus ojos.
Quiere
verla. Pero no puede, ella estaba limpiando. Mañana venían sus padres. Tendría
mucho trabajo no sabía cuando iba a terminar. Él mismo había decidido limpiar
también, o, al menos, colocar las cosas en su sitio.
Una
idea le viene a la mente. Se comienza a vestir, sin prisa. Recoge las llaves y
sale, iria a verla.
Baja
rápidamente las escaleras, era lo malo de que se estropeara el ascensor y vivir
en el ático.
Camina
casi corriendo a la puerta, una figura esta en ella, extendiendo la mano hacia
el telefonillo.
Su
dedo se apoya en el telefonillo, pensativa ¿Sería este?
Oye
un clac en su flanco derecho. Gira su cabeza rápidamente, y, como por arte de
magia, se encuentra perdida en la mirada grisácea de aquel muchacho que tan
bien conocía.
-¡Saray!
¿Qué haces aquí?- pregunta sorprendido.
-Quería
verte, así que vine a verte.- le responde mientras le abraza. Le besa en los
labios.- Se me ocurrió que podríamos comer juntos. Pero no recordaba que ático
era.
-Torpe.
Venga pasa. Es el B por cierto.
-
Vale. Tomaré nota.- dice riendo mientras se acerca al ascensor.
-Espera,
está roto.
-¿Qué?
¿Toca subir a pie?-pregunta decepcionada.
-Al
menos yo sí. Acercate.- la joven se acerca intrigada. Gabriel la coge como si
fuese una princesa.
-¿Pero?
¿¡Qué haces!?- pregunta la chica con el rostro enrojecido.
-Así
no te cansas.
-Pero
peso mucho.- se queja mientras se tapa la cara. Al joven le daban ganas de
picarla más.
-
No digas mentiras. No pesas casi nada, así que no te excuses, te voy a subir
así y punto.- Comienza a subir las escaleras, Saray asustada se aferra a su
cuello con las manos.
Primero.
Segundo. Tercero. Cuarto. Quinto. Sexto. Aquel era su piso, baja a la muchacha
a tierra firme.
-Tenías
razón en que pesabas.- le comenta mientras actúa como si estuviera cansado.
-Te
dije que pesaba, no me has hecho caso, así que no te quejes.- le da la
espalda.- Abre.- refunfuña, Gabriel se acerca a ella y le da un beso en la
nuca, y otro en el hombro.
-Era
broma, tonta. Una princesa no pesa.- Se acerca a abrir la puerta.
-Lo
sabía, sólo te seguí el juego.- dice mientras pasa. –¿Qué hacemos de cena?
-Eres
mi invitada. Así que no… -Se acerca a él y le calla con un beso, al que le
sigue otro y otro. Cada vez más intensos.
-Cocinaré
contigo- le explica poniéndole el índice en sus labios.-Nos lo pasaremos mejor.
El
muchacho se encoge de hombros y se dirige a la cocina.
-¿Qué
quieres cenar?- pregunta a la vez que abre la nevera.
-Algo
fresquito. Me apetece gazpacho.
-No
tengo hecho, pero sí los ingredientes. ¿Lo hacemos?- le dedica una sonrisa.
Ella le dedica una de respuesta y asiente.
-Hagamos
eso, y podemos picotear de embutido, sería más sencillo de cocinar.
-Vale.-
Gabriel saca los ingredientes, se los pasa a Saray quien los deposita en la
encimera.
Y
comienzan a cocinar, se reparten las tareas, y al rato, ya tienen su cena
hecha.
-Yo
lo llevo, ya verás como estos no se me caen.- dice guiñándole un ojo a Gabriel.
Entra en el salón, suena un sonido muy alto, la joven se asusta y lanza los
cuencos, cuyo contenido le cae encima.
-¿Qué
ha pasado?- Gabriel se acerca preocupado, cuando la ve, allí bañada en gazpacho
no puede evitar reírse.
-¡Cállate!
¡Tu móvil me asusto! ¡Lo tienes muy alto!- le regaña.- Me voy a duchar, dame un camiseta o algo.
-Creo
que tengo una que te sirve, ahora me dejas el vestido fuera y te lo lavo. Date
un buen baño relajante.
Saray
se dirige a la ducha pisando fuerte. Estaba enfadada y avergonzada por su
torpeza. Unas lágrimas de impotencia ante lo ocurrido se asoman, pero ella no
dejan que caigan. Es una tontería llorar sobre agua derramada.
Se
desviste, dejando el vestido fuera, y se mete en la ducha, deja que el agua se
lleve aquel líquido rojizo, luego se
enjabona con el gel para eliminar el olor.
Sale
y se envuelve en una toalla, se viste con la ropa que le queda.
Al
abrir la puerta se sorprende, no había echado el cerrojo, siempre lo echaba,
¿Tanto confiaba en él? Abre la puerta y estira la mano fuera del baño para
recoger la camiseta prestada. Y se enfunda en ella. Le quedaba como un vestido,
no habría problema.
Sale
de la habitación, arrastra los pies descalzos sobre las baldosas. Gabriel
estaba sentado en el sofá, se había dormido, ¿tanto había tardado?
Se
sube en el sofá y le besa, lentamente. El joven se despierta, y responde a su
beso. Sus lenguas bailan la una con la otra.
Los
besos apasionados se vuelven salvajes. Gabriel echa a la joven sobre el sofá,
el joven se recuesta sobre ella. Se siente prisionera, no sabe que hacer. Le da
miedo por una parte, por la otra, aunque sea la minoría, no quiere que pare.
La
joven cierra fuertemente los ojos, concentra todas sus fuerzas en formular la
única salida posible.
Gabriel
se para y la mira, aparenta un cervatillo asustado, recordaba lo que era
sentirse así. Le acaricia el rostro y se incorpora.
-Lo
siento…- es lo único que formula antes de levantarse para irse a por cualquier
cosa, exista o no, que falte en la mesa.
-No
has hecho nada malo, Gabriel. Es sólo que necesito tiempo.- le susurra ella,
quien se adecenta la camiseta-vestido, se sienta y mira a sus sandalias.-¿Lo
entiendes?
-Sí…-
musita abre la boca para decir algo más pero ella le calla.
-Aunque,
si te digo la verdad, me gustaría que tú fueras el primero…- susurra sonrojada,
cogiéndose las piernas con los brazos.- Es sólo un “por ahora”.
-No
digas eso, no lo vuelvas a decir. –Dice mientras la mira directamente a los
ojos.- Porque me vas a volver loco.
El
rostro de ella se torna rojo, rompe el contacto visual.
-Bueno,
vamos a cenar lo que queda.-Decide por los dos, Saray se sienta ibediente,
pensando en algo que decir para romper el hielo. Mira a su alrededor mientras
cena.
-¿Esa
es tu madre?- Dice al ver un portarretratos.
-Sí,
no nos parecemos casi.- se ríe, como si recordara algo gracioso.- Siempre me
parecí más a mi padre.
-¿Cómo
es? Es que no veo ninguna foto de él…-Gabriel cierra los ojos, para ver su
rostro, ya casi lo habría olvidado de no ser que eran como el reflejo de uno y
del otro.
-Era,
como decirlo, como si fuera mi gemelo, pero más viejo, además de con los ojos
color miel. O así debería haber sido.
-¿Debería?
-Sí,
él murió cuando yo tenía unos ocho años, Viajaba mucho por trabajo ¿sabes?-
dice con una sonrisa irónica- un día se fue en un avión, dijo que nos llamaría
cuando llegase, pero nunca nos llamó.
-Perdona
no lo sabía…
-No
pasa nada, fue hace mucho ya. – repone con una sonrisa. – Tengo muy buenos
recuerdos de él, vivo mi vida sin entristecerme por ello, porque se que es lo
que le hubiera gustado, que siguiera adelante.
-Pero,
a veces hay que recordar a los que no están.- una sonrisa melancólica se forma
en el rostro de la joven, mientras corta un trozo de carne. – Mantenerlos
presentes en nuestros corazones incluso cuando ya no están.