miércoles, 27 de febrero de 2013

Capítulo 52


Camina, no hace más que andar, dar vueltas por lugares que no hacían más que repetirse en sus recuerdos y en los de él. La angustia hace un recorrido por su cuerpo.
Había salido a dar un paseo para que el aire le diese en la cara y dejar de pensar en él. Aquel día no había probado bocado alguno, su madre la había regañado, y ella sabía que tenía toda la razón, pero ¿cómo le explicaría a su madre que su estómago había comenzado una huelga y no quería digerir los alimentos que le presentaba?
No podía, porque si lo hacía ella preguntaría, ¿Por qué?
Y  tendría que contarle la historia entera, lo cual le revolvería más el cuerpo y su madre no pararía de repetírselo una y otra vez.
"Pues, déjale"
Sabía que era la respuesta a su problema más sensata, pero no la que ella quería.
No era tan fácil, porque ella le quería. Porque Resa lo amaba, amaba a Max. Pero parecía que aquellos que decían comprenderla no lo hacían.
Sabía la política de sus amigas respecto a las relaciones, y sabía que la mitad de esas políticas se habían hecho pedazos al enamorarse cada una de un chico diferente.
Suspira. Le tiemblan las manos.
¿Qué hacer?
Es la única pregunta que se plantea en su cabeza, miles de respuestas la contestan, pero ninguna le vale.
¿Por qué tuvo que conocer a aquel chico?
Su sonrisa amable y simpática. Aquellos ojos miel que la miraban con dulzura. Su voz...
Agita la cabeza para quitarse su imagen de la cabeza.
Debía decírselo a Max, pero... ¿Cómo se lo diría?
"Hola, Max. Creo que me he enamorado de un chico que no conozco a primera vista. Así que quería pedirte un tiempo, ¿Qué te parece, cari?"
No... ni de broma.
Debía de escoger las palabras adecuadas.
Pero no sabía si era una buena idea la de pedir un tiempo. Le iba bien con Max, le quería. Pero, al ver a Daniel, sintió algo que hacía mucho que no sentía.
Sus manos sudaban. De lo único que estaba segura es que no podía decirle nada a Max a menos que estuviese segura.
—Hola.—Le dice al joven castaño, que tenía delante. Su pelo ondulado de corte pasado, debería de cortárselo dentro de poco, pero aún así, aquel pequeño desaliño en el no quedaba nada mal.—¿Me esperaste?
—No, —me responde con una sonrisa amable.— acabo de llegar.
—¿Y los demás?—se sentía desprotegida estando a solas con él. No puede evitar mirar a ambos lados.
—Dijeron que llegarían un poco tarde.
—¿Un poco?
—El que llegará antes será dentro de media hora más o menos.—me dice con una mirada de disculpa.
—¿¡Qué!? ¡Haberme avisado y quedábamos más tarde!
—Lo intente, pero tenías el móvil apagado.
¿Apagado? Pero si lo tenía con la batería completamente llena... Saca el móvil y ve que estaba apagado, recuerda que había pasado mucho tiempo con el Whatssap abierto. Lo único que odiaba de aquel programa era su continuo gasto de la batería.
—Vaya... Se le acabó la batería. — Resa mira el móvil y trata de encenderlo, no había manera.
—Y como no me lo cogías vine a esperar contigo. — le cuenta con una sonrisa dulce. Ella se sonroja.
—Vaya, gracias.
—Como aún nos queda tiempo, ¿qué te parece si vamos a tomar algo?—le pregunta mientras hace un ademán con la mano hacia la dirección del bar más cercano.
Ella traga saliva, era el momento de ser valiente y de negar la hipótesis que había formulado su mente o ... por el contrario, confirmar sus sospechas. No iba a hacer nada malo, sólo iba a tomar algo un chico, no hacía nada malo. Da un paso hacia la dirección que le indica Daniel, mientras a su mente acude Max con su mirada cargada de energía.
—¿Por qué no? —le responde con una sonrisa nerviosa bordada en la cara. "Ojalá me equivoque, por favor..." Susurra en su mente, un deseo con dirección más allá de las nubes. Un susurro tratándose convertir en viento.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Capítulo 51


Abandonada sobre aquella hierba espera su condena, como un alma en pena ante su juicio, con los ojos cerrados, los oídos taponados, la mente en otra parte, la boca cerrada, la nariz sin percibir olor alguno.
Intentando de alguna manera olvidar lo que está sucediendo, pero el tacto por más que lo intente no puede simplemente no sentirlo.
Nota como esas manos, seguras y temblorosas a la vez, tratan de despojarla de la ropa que la cubre, comienzan a caer los botones uno tras o otro, como si de una cadena se tratase.
Sus pensamientos eran dirigidos a Raúl, en que mal momento se había enfadado con él, por un beso, ¡un simple beso en la frente!
Si hubiera sido en sus labios estaría justificado, o tal vez tampoco, nunca lo sabría, pero ahora una pregunta se repetía en su cabeza, ¿por qué lo había rechazado así?
No había hecho nada malo, sólo había sido una muestra de cariño, sólo eso, y por esa estupidez ahora estaba en aquella situación. No le quedan fuerzas y se deja hacer, inerte como si hubiera muerto o se hubiera sumido en un sueño muy profundo, tratando en su mente huir de la realidad.
Las manos desconocidas que recorrían su piel se detienen. Teme abrir los ojos porque no sabe que va a encontrar. Sólo le quedan fuerzas para entre susurros escribir en el aire un nombre.
-Raúl...- nota como unos brazos cálidos la envuelven rescatándola de la fría hierba.
-¡Aly!- Abre los ojos para encontrarse con la realidad, el joven que tanto deseaba que la salvase estaba allí, junto a ella, cubriéndola como podía, con una mano, con su chaqueta.- ¡Menos mal que estás bien!
La abraza, entierra su cara en el pelo de Aleesha, mientras susurra mil gracias al cielo, a Dios y otras a nadie en particular.
Aly mira a su alrededor y encuentra a su atacante tendido en el suelo desmayado. Sus brazos envuelven al chico que la había salvado, parece que los sueños se hacen realidad, aunque estemos despiertos.
-Gracias, Raúl...¿Me perdonas por ser como una niña chica?- Cierra los ojos mientras respira tranquila, aunque Raúl fuese un extraño un poco más conocido que aquel que la había atacado ella sabía que siempre lo tendría ahí, para lo que necesitase, una sensación tan confortable que la hacía sentir segura entre esos brazos tan amables.
-No tengo nada que perdonarte, me pase un poco...- El chico aparta su cara y la mira con aquellos ojos cenicientos tan hermosos.
-Te tengo que compensar de alguna forma.- repone Aly quitándole un poco de hierro a la situación. - Después de todo me has salvado, ¿Qué es lo que quieres?
El joven la mira pensativo, mientras decide que pedir.
-Un beso.-Al ver a la chica sonrojarse, repone rápidamente y nervioso.- ¡Con que sea en la mejilla me basta! ¡Es sólo...!
Aleesha lo calla con un beso, no en los labios si no muy cerca de ellos. Se separa de él, y le susurra.
-Vámonos de aquí,- le dice la chica, al ver que el tipejo asqueroso se había largado,- no tenemos nada que hacer aquí,- Raúl comienza a caminar, ella se pone bien la chaqueta y camina tras él, extiende su mano hasta que roza la del joven y como unos imanes caminan de regreso son sus manos unidas por quizás un sentimiento más allá de la amistad.

Capítulo 50


Nota algo caliente en la mejilla. Se gira asustada, es sólo un café.
Anne lo toma de la mano de Marcos. Se habían vuelto a encontrar. Ella estaba por la calle Madrid de tiendas, él la vio y la fue a saludar. Luego hablando la invitó a un café.
Ahora estaba en un banco del campus de la universidad, con un café de la máquina en la mano y con Marcos a su lado.
Le mira de reojo. Era bastante guapo. Y no estaba mal de cuerpo. Pero fallaba algo en él, su carácter. Sí pudiera cambiar eso sería perfecto.
-Gracias. – Anne da un sorbo de su café. Se abrasa la lengua pero se queda en silencio.
-No es nada. – le responde con una sonrisa. Su ojos verdes miran directamente a los suyos. Ella le mantiene la mirada. – Dime, Anne, ¿Qué edad tienes?
-La que a ti no te importa. – le responde fría como el hielo. Le agradecía el café pero aquello no era excusa para preguntarle cosas.
-Venga, dame un poco de cuartelillo. – le suplica Marcos. – Yo tengo diecinueve.
Anne le mira de arriba a abajo,  no parecía mal chico, y por la edad no iba a saber nada más.
-Dieciocho. – mira a su café y le da otro sorbo.
-Vaya pensaba que eras más pequeña.- Anne le mira de reojo. – aunque te pega más tu edad.
-Vaya… Gracias. – responde secamente la joven. Le molestaba que le dijesen que parecía más pequeña, cuando sabía que era completamente una mentira.
-Anne.-le dirige la mirada más fría que tiene.- Perdona por lo que te dije en el tren, me caes bien, tienes carácter, por lo que me gustaría que empezáramos de nuevo. ¿Quieres?
-Vale...- dice tras meditarlo unos segundos. El perdonarle no le haría daño.-Pero sólo tienes una oportunidad, así que aprovéchala bien.
-¡A sus órdenes, señora!- la saluda como si fuera un militar, ella se ríe de la pequeña broma.
-¡Qué tonto eres, Marcos!
-Por eso soy así de feliz, deberías probarlo es divertido.- ella se siente halagada a la vez que un poco insultada.
-No sé si tomármelo para bien o para mal. - responde la chica, mientras apura el café de máquina.
-Tómatelo a bien mujer, te acabo de decir que eres más lista que yo y eso tiene mérito.- le responde riendo el muchacho.
A Anne se le dibuja una curva perfecta en la cara, una sonrisa, aquel chico era muy extraño pero le caía bien, además la había invitado a un café aunque fuese de máquina y bastante aguado, era un detalle.
-Bueno, Marcos, debo irme, tengo que hacer unos recados.
-Queda conmigo.-le propone seriamente.
-¿Qué?- da a modo de respuesta una Anne atónita.
-Sólo una vez más, una última vez, en la que decides si volverme a ver o no.- al ver a la muchacha sopesando su decisión añade- ¿Qué tienes que  perder?
-La verdad es que nada, vale, quedaré contigo sólo una vez más. -resuelve la joven mientras camina dejando atrás a ese chico. Una sola vez más decía, luna sonrisa se crea en la cara de la chica, le había parecido un tanto extraño y gracioso, pero había accedido, porque... ¿Qué tenía que perder?

martes, 4 de septiembre de 2012

Capítulo 49


Cinesa, 7.00 p.m.
Su estómago ruge, tenía hambre. Aún se debatía en su interior el porqué había aceptado aquella ridícula apuesta. Ahora se encontraba allí, en la entrada del cine.
Con él.
Raúl había dicho que se llamaba. Una tenue brisa hace que sus cabellos ocres bailen. Se acerca a ella.
- ¡Buenas! Menos mal que has sido puntual. – la elogia con una sonrisa inmaculada. 
- Suelo tardar más, pero he salido antes porque íbamos al cine. –le comenta un tanto borde Aly, a la vez que se da la vuelta hacia el cine. El joven la toma del brazo y hace que se de la vuelta. Le mira a sus ojos cenicientos.
- Aún no me has dicho como te llamas, señorita desconocida. – Aleesha se queda embobada,  respondiendo de forma automática a la pregunta. – Encantado Aleesha, tienes un nombre precioso.
- Gracias. – Responde con una sonrisa tímida. Raúl se sonroja.
- Bueno, ¡vamos a ver la peli! – repone rápidamente, para que ella no advierta su rostro enrojecido. – ¡Qué  tenemos que comprarlo todo aún!
- ¡Vale! – responde Aly sonriente, le caía bien aquel chaval, era majo y simpático. Además tenía una sonrisa Colgate.
Caminan lentamente hacia la caja, debido a la inmensa cola. Aleesha observa todo a su alrededor. O al menos eso aparenta. En realidad está metida en sí misma, pensando en quién sabe qué.
El silencio entre los dos jóvenes es largo y tedioso. Sólo lo rompe el barullo de la gente. Aunque a ellos les parezca que están solos.
Raúl está cansado de ese silencio incómodo. Debía preguntarle o decirle algo lo que fuese, aunque sea una chorrada. Pero ¿Y si se reía de él? No sabía cómo era la forma de pensar de aquella chica, ni sabía cómo era en realidad. ¿Y si era una mala persona?
Cogiendo aire decide que le va a preguntar algo, lo que sea. Pero se oye la canción de “Fucking perfect” de Pink. La chica descuelga.
- Hola, Saray. Ahora estoy ocupada. Sí, si. –Tras una pausa larga, entre cierra los ojos. – Sí, claro. Venga, cielo, luego te llamo. Adiós.
- ¿Una amiga? – le pregunta Raúl. Ella asiente.
- Sí, somos amigas desde pequeñas. Es como una niña pequeña. – responde con una sonrisa. – Me llamaba para quedar, pero alguien me llamo antes para quedar.
 - Ese supongo que he sido yo, ¿no? – responde con una sonrisa sarcástica.
-Sí.- dice con una sonrisa sincera. A Raúl le dio un vuelco el corazón. Que guapa era, cada vez que la veía sonreír le entraban unas ganas casi irrefrenables de abrazarla. - ¡Ey, parece que ya nos toca!
- Es verdad.– una vez compradas las entradas se dirigen al puesto de palomitas. Allí, el joven paga. Menú combo para dos, en cristiano, un barril de palomitas, una Coca-Cola y una Fanta.
Miran el reloj llegan tarde a la película. Comienzan a caminar rápido hacia la entrada a la sala. Se sientan con los anuncios en pantalla. Encuentran sus asientos en la oscuridad y apagan sus móviles tras usarlos para iluminar los números de las butacas.
La película elegida era una comedia romántica. Comenzaron el ataque de las palomitas una vez se inició la película, la chica tenía hambre, ya que casi no había tenido tiempo de comer nada.
En uno de esos ataques sus manos se rozan, ambos se excusan a la vez y se quedan mirándose en un silencio incómodo. Bañados por la luz de la pantalla, no ciernen a distinguir el sonrojo de ambos.
Las risas de sus compañeros de sala los devuelve a la realidad. Azorados buscan la pantalla. La película se sucede con miradas de reojo y pequeños roces en el  barril de palomitas. Poco a poco se fueron acostumbrando el uno al otro. Pasaron de estar incómodos a dejarse llevar.
Al poco tiempo ya estaban riendo. Cuando salieron del cine se contaban anécdotas del pasado.
-¡Menudas cosas te han pasado! – le comenta el chico.
-Y a ti tambi… - un empujón hace que la chica caiga en sus brazos. Se quedan mirándose, demasiado cerca. – G-gracias…
Murmura la muchacha, sus rostros están demasiado cerca. El chico le da un beso en la frente, Aly se sonroja y se separa un poco nerviosa.
-Era solo un beso en la frente, mujer. – se excusa mientras camina hacia la entrada.
-¡Me da igual! ¡No te aproveches de la situación! – está molesta y a la vez siente otra cosa en su interior sin importancia.
-Eso dependerá de la situación. – le susurra en el oído.
Aquello era el colmo, sale por la salida de atrás del cine y se dirige a un parque cercano. La noche cubría parcialmente el cielo con su manto. Aly camina decidida por el parque a oscuras, para atajar y llegar antes a la boca de metro que la devolvería a su hogar.
Una mano la aleja de su objetivo.
Detrás de la mano hay una persona, desconocida para Aleesha, un muchacho de unos veintitantos años.
Aly asustada forcejea tratando de liberar su brazo.
-¡Suéltame! – medio grita, en parte por el miedo y en parte por el enfado.
-Venga, preciosa, quédate un ratito conmigo. Lo vas a disfrutar. – la trata de relajar, pero ella no quiere, no debe relajarse. Trataba de buscar una posibilidad de huir.
Pero él tenía demasiada fuerza. Y ella… estaba sola.
¿Por qué?
Mientras esa pregunta se repite en su cabeza, cierra los ojos.
-Suéltame… - le ruega, tiraba de su brazo, pero su grillete era demasiado grueso.
-Venga, si se que te gusta, se que lo quieres.
-No quiero…- dice la muchacha mientras cesa en su empeño, no tenía la fuerza suficiente, se comporta como un obstáculo sin fuerzas.
Una lágrima recorre su mejilla. Si pudiera le hubiera pedido perdón. Debía pedirle perdón. No pensaba rendirse así. Volvió a tirar y continuar su empeño de liberar su brazo.
-¡Que no quiero!- grita. El agresor la tira contra el césped, se queda allí tirada. Ya está. Era el fin.
Sus últimos pensamientos irían a aquel chico. Al que desearía no haber dejado atrás por ser imbécil por una estupidez así.
Cierra los ojos. No oye ni siente nada. Como si fuera una muñeca, no quiere sentir. Las lágrimas caen por su rostro.
-Raúl…- sólo sale su nombre de su garganta atorada por el miedo.
Con los ojos cerrados acepta su destino.

Capítulo 48


Agosto dio paso a Septiembre, el fin del verano se acerca, y con ello el principio de las clases. Saray apoya su mano contra el cristal, como si esperara la llegada de alguien.
Hoy no la visitaría su pequeño ángel, tenía cosas que hacer, además la vuelta de sus padres sería al día siguiente, por lo que debía recoger la casa y dejarla limpia como una patena. Pero ni su cabeza ni su corazón estaban en su cuerpo, limpiaba como un robot, como un recipiente vacío.
Quería verle. Pero no podía. Siempre es lo mismo, el querer y no poder. A lo tonto ya ha terminado casi todas las habitaciones, solo le quedaba pasar un poco el plumero en el salón.
Una idea acude a su cabeza. Pasa el plumero lo más rápido que puede, se viste a toda velocidad, un vestido blanco de algodón y tirante grueso. Un cinturón y unas sandalias marrones. Sale como un rayo hacia las calles de Madrid.
EL traqueteo del tren acompaña a su corazón desbocado. ¿Y si se perdía? ¿Y si no estaba?
Las sucesivas preguntas aparecían como una secuencia en su cabeza, una tras otra.
Estaba nerviosa, quizás demasiado. Trata de respirar pero parece que no le llega el aire. El nudo de su estomago se hace más y más grande.
Sol. Su parada, no había vuelta atrás.

Gabriel mira por la ventana, a aquel cielo anaranjado que antes había sido azul, como sus ojos.
Quiere verla. Pero no puede, ella estaba limpiando. Mañana venían sus padres. Tendría mucho trabajo no sabía cuando iba a terminar. Él mismo había decidido limpiar también, o, al menos, colocar las cosas en su sitio.
Una idea le viene a la mente. Se comienza a vestir, sin prisa. Recoge las llaves y sale, iria a verla.
Baja rápidamente las escaleras, era lo malo de que se estropeara el ascensor y vivir en el ático.
Camina casi corriendo a la puerta, una figura esta en ella, extendiendo la mano hacia el telefonillo.

Su dedo se apoya en el telefonillo, pensativa ¿Sería este?
Oye un clac en su flanco derecho. Gira su cabeza rápidamente, y, como por arte de magia, se encuentra perdida en la mirada grisácea de aquel muchacho que tan bien conocía.
-¡Saray! ¿Qué haces aquí?- pregunta sorprendido.
-Quería verte, así que vine a verte.- le responde mientras le abraza. Le besa en los labios.- Se me ocurrió que podríamos comer juntos. Pero no recordaba que ático era.
-Torpe. Venga pasa. Es el B por cierto.
- Vale. Tomaré nota.- dice riendo mientras se acerca al ascensor.
-Espera, está roto.
-¿Qué? ¿Toca subir a pie?-pregunta decepcionada.
-Al menos yo sí. Acercate.- la joven se acerca intrigada. Gabriel la coge como si fuese una princesa.
-¿Pero? ¿¡Qué haces!?- pregunta la chica con el rostro enrojecido.
-Así no te cansas.
-Pero peso mucho.- se queja mientras se tapa la cara. Al joven le daban ganas de picarla más.
- No digas mentiras. No pesas casi nada, así que no te excuses, te voy a subir así y punto.- Comienza a subir las escaleras, Saray asustada se aferra a su cuello con las manos.
Primero. Segundo. Tercero. Cuarto. Quinto. Sexto. Aquel era su piso, baja a la muchacha a tierra firme.
-Tenías razón en que pesabas.- le comenta mientras actúa como si estuviera cansado.
-Te dije que pesaba, no me has hecho caso, así que no te quejes.- le da la espalda.- Abre.- refunfuña, Gabriel se acerca a ella y le da un beso en la nuca, y otro en el hombro.
-Era broma, tonta. Una princesa no pesa.- Se acerca a abrir la puerta.
-Lo sabía, sólo te seguí el juego.- dice mientras pasa. –¿Qué hacemos de cena?
-Eres mi invitada. Así que no… -Se acerca a él y le calla con un beso, al que le sigue otro y otro. Cada vez más intensos.
-Cocinaré contigo- le explica poniéndole el índice en sus labios.-Nos lo pasaremos mejor.
El muchacho se encoge de hombros y se dirige a la cocina.
-¿Qué quieres cenar?- pregunta a la vez que abre la nevera.
-Algo fresquito. Me apetece gazpacho.
-No tengo hecho, pero sí los ingredientes. ¿Lo hacemos?- le dedica una sonrisa. Ella le dedica una de respuesta y asiente.
-Hagamos eso, y podemos picotear de embutido, sería más sencillo de cocinar.
-Vale.- Gabriel saca los ingredientes, se los pasa a Saray quien los deposita en la encimera.
Y comienzan a cocinar, se reparten las tareas, y al rato, ya tienen su cena hecha.
-Yo lo llevo, ya verás como estos no se me caen.- dice guiñándole un ojo a Gabriel. Entra en el salón, suena un sonido muy alto, la joven se asusta y lanza los cuencos, cuyo contenido le cae encima.
-¿Qué ha pasado?- Gabriel se acerca preocupado, cuando la ve, allí bañada en gazpacho no puede evitar reírse.
-¡Cállate! ¡Tu móvil me asusto! ¡Lo tienes muy alto!- le regaña.-  Me voy a duchar, dame un camiseta o algo.
-Creo que tengo una que te sirve, ahora me dejas el vestido fuera y te lo lavo. Date un buen baño relajante.
Saray se dirige a la ducha pisando fuerte. Estaba enfadada y avergonzada por su torpeza. Unas lágrimas de impotencia ante lo ocurrido se asoman, pero ella no dejan que caigan. Es una tontería llorar sobre agua derramada.
Se desviste, dejando el vestido fuera, y se mete en la ducha, deja que el agua se lleve aquel líquido rojizo,  luego se enjabona con el gel para eliminar el olor.
Sale y se envuelve en una toalla, se viste con la ropa que le queda.
Al abrir la puerta se sorprende, no había echado el cerrojo, siempre lo echaba, ¿Tanto confiaba en él? Abre la puerta y estira la mano fuera del baño para recoger la camiseta prestada. Y se enfunda en ella. Le quedaba como un vestido, no habría problema.
Sale de la habitación, arrastra los pies descalzos sobre las baldosas. Gabriel estaba sentado en el sofá, se había dormido, ¿tanto había tardado?
Se sube en el sofá y le besa, lentamente. El joven se despierta, y responde a su beso. Sus lenguas bailan la una con la otra.
Los besos apasionados se vuelven salvajes. Gabriel echa a la joven sobre el sofá, el joven se recuesta sobre ella. Se siente prisionera, no sabe que hacer. Le da miedo por una parte, por la otra, aunque sea la minoría, no quiere que pare.
La joven cierra fuertemente los ojos, concentra todas sus fuerzas en formular la única salida posible.
Gabriel se para y la mira, aparenta un cervatillo asustado, recordaba lo que era sentirse así. Le acaricia el rostro y se incorpora.
-Lo siento…- es lo único que formula antes de levantarse para irse a por cualquier cosa, exista o no, que falte en la mesa.
-No has hecho nada malo, Gabriel. Es sólo que necesito tiempo.- le susurra ella, quien se adecenta la camiseta-vestido, se sienta y mira a sus sandalias.-¿Lo entiendes?
-Sí…- musita abre la boca para decir algo más pero ella le calla.
-Aunque, si te digo la verdad, me gustaría que tú fueras el primero…- susurra sonrojada, cogiéndose las piernas con los brazos.- Es sólo un “por ahora”.
-No digas eso, no lo vuelvas a decir. –Dice mientras la mira directamente a los ojos.- Porque me vas a volver loco.
El rostro de ella se torna rojo, rompe el contacto visual.
-Bueno, vamos a cenar lo que queda.-Decide por los dos, Saray se sienta ibediente, pensando en algo que decir para romper el hielo. Mira a su alrededor mientras cena.
-¿Esa es tu madre?- Dice al ver un portarretratos.
-Sí, no nos parecemos casi.- se ríe, como si recordara algo gracioso.- Siempre me parecí más a mi padre.
-¿Cómo es? Es que no veo ninguna foto de él…-Gabriel cierra los ojos, para ver su rostro, ya casi lo habría olvidado de no ser que eran como el reflejo de uno y del otro.
-Era, como decirlo, como si fuera mi gemelo, pero más viejo, además de con los ojos color miel. O así debería haber sido.
-¿Debería?
-Sí, él murió cuando yo tenía unos ocho años, Viajaba mucho por trabajo ¿sabes?- dice con una sonrisa irónica- un día se fue en un avión, dijo que nos llamaría cuando llegase, pero nunca nos llamó.
-Perdona no lo sabía…
-No pasa nada, fue hace mucho ya. – repone con una sonrisa. – Tengo muy buenos recuerdos de él, vivo mi vida sin entristecerme por ello, porque se que es lo que le hubiera gustado, que siguiera adelante.
-Pero, a veces hay que recordar a los que no están.- una sonrisa melancólica se forma en el rostro de la joven, mientras corta un trozo de carne. – Mantenerlos presentes en nuestros corazones incluso cuando ya no están.

Capítulo 47


Se mira en el espejo mientras da vueltas, ese vestido le quedaba perfecto, lo justo como para poner a un hombre a sus pies.
Eso era lo que quería.
Una sonrisa se cruza en su rostro mientras repasa su plan de conquista. Esta vez lo lograría.
Su vestido escotado y ajustado rojo ayudaría a conseguirlo, pues como dicen hay que usar nuestras propias armas ¿no?
Llaman a su pequeño móvil. Se sienta en la cama a la vez que descuelga la llamada sin mirar quien era.
-¿Sí?-pregunta feliz, ¿por qué no estarlo si la caza iba a ser un éxito seguro?
-¿Dy?-pregunta una voz temblorosa y femenina. Seguía teniendo la misma voz que hace tanto tiempo, cuando aún se veían. Pero aunque no la tuviera sabría quien era por aquel apodo que odiaba desde lo más profundo de su ser.
- ¿Elena? ¿Eres tú?- responde cortante como el frío hielo, no quería hablarle a ella. No al menos sin verse la cara.
-Dy… ¡Oh, Dy! ¿Nunca me volverás a llamar mamá?- le pide suplicante la voz de su madre. Medio llorando por nervios y de tristeza por no volver a oír la risa ni tener el cariño de su hija, de su único sustento para seguir teniendo esperanza.
Diana en cambio la repudiaba. Por no haber hecho nada. Por haber huido, como la cobarde que es, cuando la necesitaba. Por haberla abandonado como a una muñeca sucia y rota. Sólo le agradecía que la hubiese hecho más fuerte. Desde entonces supo que nada es para siempre, que todo se acaba. Hasta el amor que parece como el primer día.
Por ello había dejado a Gabriel, porque temía que le hiciese daño, y antes que eso prefería causarlo, pues no quería volverse débil como su predecesora.
Aún recuerda su historia.
Cuando ella tenía seis primaveras, Elena se quedó viuda, ante la impotencia de perder lo que más amaba en un accidente, y verse en paro con una hija que sustentar la atemorizó. Dejando a la niña con su abuela materna, salió de aquella ciudad con olor a muerte y a mala suerte.
Para Diana su madre fue lo que la condujo a un camino de espinas, nunca creyó en nadie, todo el mundo escondía algo. Que todo lo que la rodeaba era efímero.
Aprendió a que ni siquiera un sentimiento podía sobrevivir en un mundo tan cruento como aquel.
Su madre la llamaba de vez en cuando, no recuerda cuando fue la última vez que la oyó decir mamá con su voz cantarina. Se le partía el alma cuando pensaba que nunca lo volvería a oír, al menos en esta vida.
-Dy… -quiere preguntárselo, decírselo sin rodeos.
-Bueno he quedado. Así que adiós.
Tu-Tut. El sonido mecánico del teléfono la acompaña. Su petición queda suelta en el aire delante del interfono.
Diana camina, segura. Se pone los cascos. Reproducción aleatoria, canciones que llegan como al abrir una bolsa sorpresa, sin esperarlas. Llega a una.
Está cansada de aquella canción, teclea en el móvil hasta pulsar en eliminar. Una menos. Una canción menos en su larga lista de música.
Llega a aquel edificio tan familiar para ella. Había pasado tantas noches allí, sus mejillas se enrojecen. ¡Qué tonta había sido! Sólo se había ido para olvidarle, pero le quería tanto que nunca pudo olvidarle. Se dio cuenta de que un clavo puede sacar a otro clavo, pero un amor no puede reemplazar a otro.
Pulsa aquel timbre que tantas veces había pulsado. Pero a diferencia de tantas otras veces no responde ninguna voz, sonríe con añoranza, parece que el destino no quieren que se crucen.
Sólo le quedaba una última oportunidad, sólo una antes de resignarse y perderle para siempre. Necesitaba encontrarle y mantener una conversación con él, a solas. Maldice al destino, y a la vez le pide un deseo, mientras una lágrima cae silenciosa por su mejilla.

lunes, 2 de julio de 2012

Capítulo 46


La noche había dado paso a los primeros rayos de luz dorada. El cielo teñido de colores rosáceos se presentaba con alguna que otra nube fina, Saray comienza a abrir los ojos dada la claridad del alba.
Al ver el amanecer se queda sin palabras. Abre los ojos doloridos por la explosión de luz y color, lo máximo posible, y mientras menea a Gabriel hasta despertarle.
-¿Qué pasa?- pregunta desorientado. La luz le impide abrir los ojos.
-¡Mira, Gabriel! ¡Es el amanecer!-dice expectante como una niña pequeña, emocionada y con la sonrisa pintada en la cara.
-Ya lo veo…- dice el chico aún tumbado en la arena.
-¡No! ¡No lo ves!- le regaña la joven a la vez que tira de él para que se incorpore.
-¡Vale, vale!-dice riendo, se incorpora y observa el amanecer. Era hermoso, sí, pero a Gabriel le gustaba más otra cosa.
-¡Es la primera vez que veo un amanecer!-Dice emocionada. Gabriel la trae hacia sí  pasándole el brazo por los hombros.-Ya hay una cosa menos.
-¿Una cosa menos?-pregunta el joven intrigado.
-Sí, es que de pequeña, ví una película que hablaba sobre las cosas que una chica quería hacer durante su vida. Y ese día hice una lista.-Le explica Saray, con los ojos perdidos en aquel cielo que alboreaba.
-¿Y qué pone en ella?
-Es una lista de hace mucho tiempo ¿Por qué te interesa tanto?-dice con una mueca burlona.
-Simple curiosidad.
-A ver, que recuerde estaba escrito algo así: Uno, ver amanecer en medio de la naturaleza. Dos, pasar un día en una biblioteca, sola para mí. Tres, aprender a patinar sobre hielo. Cuatro, tener una moto. Y, cinco,…
-¿Cinco?
-Misterio. Ese no se lo pienso decir nunca a nadie.
-¡Eso no vale!
-¡Lo siento soy así! ¡Me gusta hacerme la interesante!
-¡Venga ya! Eso no vale.
-Nadie impuso las reglas en los secretos.
-¿Algún día lo sabré?-Pregunta Gabriel, insistente. La chica le abraza fuertemente.
-¿Quién sabe?- responde a su pregunta con otra.
-Vale, señorita misteriosa. Ya es hora de recoger, antes de que nos pillen.
-¿Pillarnos?-Murmura Saray extrañada, ¿Acaso no era aquella una playa pública?
-Sí, estamos en una playa privada, pequeña. Creo que la familia que es dueña de esto aún no ha llegado, pero por si acaso hay que irse yendo.-le explica mientras recoge y lo guarda en la moto.
-Vaya,…- Saray se queda mirando la playa, trazándola con el pincel de imaginación en su memoria. Para que durase para siempre.
El azul cristalino de aquellas olas, las rocas blancas y grisáceas que se extendían en su longitud, las conchas…
Entonces una idea ilumina su cabeza, mientras que Gabriel recogía todo ella cogería unas conchas. Comienza a buscar una, pero todas son o demasiado grandes o demasiado pequeñas, otras no tienen una forma bonita, otras simplemente tenían vida en su interior,…
Continúa caminando agachada mientras rebusca en la arena. Entonces ve una, era muy bonita, de color blanco completamente. Al cogerla la suave arena deja que salga otra que estaba unida a ella pero, de color negra, que extraño.
Saray las junta y encajan a la perfección, entonces eran la misma concha, pero ¿como es que eran tan diferentes?
-Princesa, debemos irnos…- Susurra Gabriel en su oído.
-¿De verdad tenemos que irnos?-susurra Saray mirando al horizonte, mientras cerraba su puño alrededor de la concha bicolor.
-Sí. ¿Te gusto tu regalo?-pregunta Gabriel mientras la abraza.
-Sí.-Responde mientras cierra sus ojos, ve la imagen de la playa en su mente. Es hora de irse.-Vamonos.
El joven se levanta y le tiende la mano, subidos en aquella moto se dirigen de nuevo al punto de partida, a las vidas que dejaron atrás, a sus nombres y apellidos, para ser sólo ellos.
Una vez el hechizo se ha roto ya no hay nada que los mantenga allí, en aquel mágico y hermoso lugar. De sólo una noche de vida.