La noche había
dado paso a los primeros rayos de luz dorada. El cielo teñido de colores
rosáceos se presentaba con alguna que otra nube fina, Saray comienza a abrir
los ojos dada la claridad del alba.
Al ver el
amanecer se queda sin palabras. Abre los ojos doloridos por la explosión de luz
y color, lo máximo posible, y mientras menea a Gabriel hasta despertarle.
-¿Qué pasa?-
pregunta desorientado. La luz le impide abrir los ojos.
-¡Mira, Gabriel!
¡Es el amanecer!-dice expectante como una niña pequeña, emocionada y con la
sonrisa pintada en la cara.
-Ya lo veo…- dice
el chico aún tumbado en la arena.
-¡No! ¡No lo
ves!- le regaña la joven a la vez que tira de él para que se incorpore.
-¡Vale,
vale!-dice riendo, se incorpora y observa el amanecer. Era hermoso, sí, pero a
Gabriel le gustaba más otra cosa.
-¡Es la primera
vez que veo un amanecer!-Dice emocionada. Gabriel la trae hacia sí pasándole el brazo por los hombros.-Ya hay
una cosa menos.
-¿Una cosa
menos?-pregunta el joven intrigado.
-Sí, es que de
pequeña, ví una película que hablaba sobre las cosas que una chica quería hacer
durante su vida. Y ese día hice una lista.-Le explica Saray, con los ojos
perdidos en aquel cielo que alboreaba.
-¿Y qué pone en
ella?
-Es una lista de
hace mucho tiempo ¿Por qué te interesa tanto?-dice con una mueca burlona.
-Simple
curiosidad.
-A ver, que
recuerde estaba escrito algo así: Uno, ver amanecer en medio de la naturaleza.
Dos, pasar un día en una biblioteca, sola para mí. Tres, aprender a patinar
sobre hielo. Cuatro, tener una moto. Y, cinco,…
-¿Cinco?
-Misterio. Ese no
se lo pienso decir nunca a nadie.
-¡Eso no vale!
-¡Lo siento soy
así! ¡Me gusta hacerme la interesante!
-¡Venga ya! Eso
no vale.
-Nadie impuso las
reglas en los secretos.
-¿Algún día lo
sabré?-Pregunta Gabriel, insistente. La chica le abraza fuertemente.
-¿Quién sabe?-
responde a su pregunta con otra.
-Vale, señorita
misteriosa. Ya es hora de recoger, antes de que nos pillen.
-¿Pillarnos?-Murmura
Saray extrañada, ¿Acaso no era aquella una playa pública?
-Sí, estamos en
una playa privada, pequeña. Creo que la familia que es dueña de esto aún no ha
llegado, pero por si acaso hay que irse yendo.-le explica mientras recoge y lo
guarda en la moto.
-Vaya,…- Saray se
queda mirando la playa, trazándola con el pincel de imaginación en su memoria.
Para que durase para siempre.
El azul
cristalino de aquellas olas, las rocas blancas y grisáceas que se extendían en
su longitud, las conchas…
Entonces una idea
ilumina su cabeza, mientras que Gabriel recogía todo ella cogería unas conchas.
Comienza a buscar una, pero todas son o demasiado grandes o demasiado pequeñas,
otras no tienen una forma bonita, otras simplemente tenían vida en su interior,…
Continúa
caminando agachada mientras rebusca en la arena. Entonces ve una, era muy
bonita, de color blanco completamente. Al cogerla la suave arena deja que salga
otra que estaba unida a ella pero, de color negra, que extraño.
Saray las junta y
encajan a la perfección, entonces eran la misma concha, pero ¿como es que eran
tan diferentes?
-Princesa,
debemos irnos…- Susurra Gabriel en su oído.
-¿De verdad
tenemos que irnos?-susurra Saray mirando al horizonte, mientras cerraba su puño
alrededor de la concha bicolor.
-Sí. ¿Te gusto tu
regalo?-pregunta Gabriel mientras la abraza.
-Sí.-Responde
mientras cierra sus ojos, ve la imagen de la playa en su mente. Es hora de
irse.-Vamonos.
El joven se
levanta y le tiende la mano, subidos en aquella moto se dirigen de nuevo al
punto de partida, a las vidas que dejaron atrás, a sus nombres y apellidos,
para ser sólo ellos.
Una vez el
hechizo se ha roto ya no hay nada que los mantenga allí, en aquel mágico y
hermoso lugar. De sólo una noche de vida.
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