lunes, 2 de julio de 2012

Capítulo 46


La noche había dado paso a los primeros rayos de luz dorada. El cielo teñido de colores rosáceos se presentaba con alguna que otra nube fina, Saray comienza a abrir los ojos dada la claridad del alba.
Al ver el amanecer se queda sin palabras. Abre los ojos doloridos por la explosión de luz y color, lo máximo posible, y mientras menea a Gabriel hasta despertarle.
-¿Qué pasa?- pregunta desorientado. La luz le impide abrir los ojos.
-¡Mira, Gabriel! ¡Es el amanecer!-dice expectante como una niña pequeña, emocionada y con la sonrisa pintada en la cara.
-Ya lo veo…- dice el chico aún tumbado en la arena.
-¡No! ¡No lo ves!- le regaña la joven a la vez que tira de él para que se incorpore.
-¡Vale, vale!-dice riendo, se incorpora y observa el amanecer. Era hermoso, sí, pero a Gabriel le gustaba más otra cosa.
-¡Es la primera vez que veo un amanecer!-Dice emocionada. Gabriel la trae hacia sí  pasándole el brazo por los hombros.-Ya hay una cosa menos.
-¿Una cosa menos?-pregunta el joven intrigado.
-Sí, es que de pequeña, ví una película que hablaba sobre las cosas que una chica quería hacer durante su vida. Y ese día hice una lista.-Le explica Saray, con los ojos perdidos en aquel cielo que alboreaba.
-¿Y qué pone en ella?
-Es una lista de hace mucho tiempo ¿Por qué te interesa tanto?-dice con una mueca burlona.
-Simple curiosidad.
-A ver, que recuerde estaba escrito algo así: Uno, ver amanecer en medio de la naturaleza. Dos, pasar un día en una biblioteca, sola para mí. Tres, aprender a patinar sobre hielo. Cuatro, tener una moto. Y, cinco,…
-¿Cinco?
-Misterio. Ese no se lo pienso decir nunca a nadie.
-¡Eso no vale!
-¡Lo siento soy así! ¡Me gusta hacerme la interesante!
-¡Venga ya! Eso no vale.
-Nadie impuso las reglas en los secretos.
-¿Algún día lo sabré?-Pregunta Gabriel, insistente. La chica le abraza fuertemente.
-¿Quién sabe?- responde a su pregunta con otra.
-Vale, señorita misteriosa. Ya es hora de recoger, antes de que nos pillen.
-¿Pillarnos?-Murmura Saray extrañada, ¿Acaso no era aquella una playa pública?
-Sí, estamos en una playa privada, pequeña. Creo que la familia que es dueña de esto aún no ha llegado, pero por si acaso hay que irse yendo.-le explica mientras recoge y lo guarda en la moto.
-Vaya,…- Saray se queda mirando la playa, trazándola con el pincel de imaginación en su memoria. Para que durase para siempre.
El azul cristalino de aquellas olas, las rocas blancas y grisáceas que se extendían en su longitud, las conchas…
Entonces una idea ilumina su cabeza, mientras que Gabriel recogía todo ella cogería unas conchas. Comienza a buscar una, pero todas son o demasiado grandes o demasiado pequeñas, otras no tienen una forma bonita, otras simplemente tenían vida en su interior,…
Continúa caminando agachada mientras rebusca en la arena. Entonces ve una, era muy bonita, de color blanco completamente. Al cogerla la suave arena deja que salga otra que estaba unida a ella pero, de color negra, que extraño.
Saray las junta y encajan a la perfección, entonces eran la misma concha, pero ¿como es que eran tan diferentes?
-Princesa, debemos irnos…- Susurra Gabriel en su oído.
-¿De verdad tenemos que irnos?-susurra Saray mirando al horizonte, mientras cerraba su puño alrededor de la concha bicolor.
-Sí. ¿Te gusto tu regalo?-pregunta Gabriel mientras la abraza.
-Sí.-Responde mientras cierra sus ojos, ve la imagen de la playa en su mente. Es hora de irse.-Vamonos.
El joven se levanta y le tiende la mano, subidos en aquella moto se dirigen de nuevo al punto de partida, a las vidas que dejaron atrás, a sus nombres y apellidos, para ser sólo ellos.
Una vez el hechizo se ha roto ya no hay nada que los mantenga allí, en aquel mágico y hermoso lugar. De sólo una noche de vida.

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