martes, 4 de septiembre de 2012

Capítulo 47


Se mira en el espejo mientras da vueltas, ese vestido le quedaba perfecto, lo justo como para poner a un hombre a sus pies.
Eso era lo que quería.
Una sonrisa se cruza en su rostro mientras repasa su plan de conquista. Esta vez lo lograría.
Su vestido escotado y ajustado rojo ayudaría a conseguirlo, pues como dicen hay que usar nuestras propias armas ¿no?
Llaman a su pequeño móvil. Se sienta en la cama a la vez que descuelga la llamada sin mirar quien era.
-¿Sí?-pregunta feliz, ¿por qué no estarlo si la caza iba a ser un éxito seguro?
-¿Dy?-pregunta una voz temblorosa y femenina. Seguía teniendo la misma voz que hace tanto tiempo, cuando aún se veían. Pero aunque no la tuviera sabría quien era por aquel apodo que odiaba desde lo más profundo de su ser.
- ¿Elena? ¿Eres tú?- responde cortante como el frío hielo, no quería hablarle a ella. No al menos sin verse la cara.
-Dy… ¡Oh, Dy! ¿Nunca me volverás a llamar mamá?- le pide suplicante la voz de su madre. Medio llorando por nervios y de tristeza por no volver a oír la risa ni tener el cariño de su hija, de su único sustento para seguir teniendo esperanza.
Diana en cambio la repudiaba. Por no haber hecho nada. Por haber huido, como la cobarde que es, cuando la necesitaba. Por haberla abandonado como a una muñeca sucia y rota. Sólo le agradecía que la hubiese hecho más fuerte. Desde entonces supo que nada es para siempre, que todo se acaba. Hasta el amor que parece como el primer día.
Por ello había dejado a Gabriel, porque temía que le hiciese daño, y antes que eso prefería causarlo, pues no quería volverse débil como su predecesora.
Aún recuerda su historia.
Cuando ella tenía seis primaveras, Elena se quedó viuda, ante la impotencia de perder lo que más amaba en un accidente, y verse en paro con una hija que sustentar la atemorizó. Dejando a la niña con su abuela materna, salió de aquella ciudad con olor a muerte y a mala suerte.
Para Diana su madre fue lo que la condujo a un camino de espinas, nunca creyó en nadie, todo el mundo escondía algo. Que todo lo que la rodeaba era efímero.
Aprendió a que ni siquiera un sentimiento podía sobrevivir en un mundo tan cruento como aquel.
Su madre la llamaba de vez en cuando, no recuerda cuando fue la última vez que la oyó decir mamá con su voz cantarina. Se le partía el alma cuando pensaba que nunca lo volvería a oír, al menos en esta vida.
-Dy… -quiere preguntárselo, decírselo sin rodeos.
-Bueno he quedado. Así que adiós.
Tu-Tut. El sonido mecánico del teléfono la acompaña. Su petición queda suelta en el aire delante del interfono.
Diana camina, segura. Se pone los cascos. Reproducción aleatoria, canciones que llegan como al abrir una bolsa sorpresa, sin esperarlas. Llega a una.
Está cansada de aquella canción, teclea en el móvil hasta pulsar en eliminar. Una menos. Una canción menos en su larga lista de música.
Llega a aquel edificio tan familiar para ella. Había pasado tantas noches allí, sus mejillas se enrojecen. ¡Qué tonta había sido! Sólo se había ido para olvidarle, pero le quería tanto que nunca pudo olvidarle. Se dio cuenta de que un clavo puede sacar a otro clavo, pero un amor no puede reemplazar a otro.
Pulsa aquel timbre que tantas veces había pulsado. Pero a diferencia de tantas otras veces no responde ninguna voz, sonríe con añoranza, parece que el destino no quieren que se crucen.
Sólo le quedaba una última oportunidad, sólo una antes de resignarse y perderle para siempre. Necesitaba encontrarle y mantener una conversación con él, a solas. Maldice al destino, y a la vez le pide un deseo, mientras una lágrima cae silenciosa por su mejilla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario