Aleesha camina descalza por su casa. Su perro le olisquea con su hocico húmedo los pies, haciéndole cosquillas. Lo acaricia, se queja mucho de aquel pequeño animal blanco y peludo. Pero le quiere más de lo que parece. Aunque el perro prefiera a su padre. Le aparta con el pie, y camina hacia el salón, calzándose a la vez que camina, unas converse ¿para qué más?
-Mamá, me voy a dar una vuelta.
-Vale. No vengas tarde.
Sale de su casa, recogiendo las llaves, cierra la puerta y camina hasta la estación, que aunque le quede lejos, no importa, mejor ahorrar y caminar. Así hacía, de paso, ejercicio.
Caminaba, erguida, dando pequeños botes con cada paso. Su pelo oscuro y largo se mecía con cada paso. Su pelo, era bonito, cuidado desde hace bastante tiempo por su madre, todo el mundo se lo decía, por eso su madre nunca dejaría que se lo cortase.
Sigue caminando, sola, mientras escucha música, de todo un poco, sobre todo pop. Cuando llega a su destino mira la hora, lleva un ligero retraso. Suspira, no sabía cómo, la mayoría de las veces llegaba tarde cuando quedaban. La máquina le expide el ticket y ella lo recoge con parsimonia, calmada, relajada. Como si no corriese prisa, pues como dicen la vida dura un segundo, pero el tiempo toda la vida. Sube al tren que entra en la estación, con destino a Madrid.