martes, 4 de septiembre de 2012

Capítulo 49


Cinesa, 7.00 p.m.
Su estómago ruge, tenía hambre. Aún se debatía en su interior el porqué había aceptado aquella ridícula apuesta. Ahora se encontraba allí, en la entrada del cine.
Con él.
Raúl había dicho que se llamaba. Una tenue brisa hace que sus cabellos ocres bailen. Se acerca a ella.
- ¡Buenas! Menos mal que has sido puntual. – la elogia con una sonrisa inmaculada. 
- Suelo tardar más, pero he salido antes porque íbamos al cine. –le comenta un tanto borde Aly, a la vez que se da la vuelta hacia el cine. El joven la toma del brazo y hace que se de la vuelta. Le mira a sus ojos cenicientos.
- Aún no me has dicho como te llamas, señorita desconocida. – Aleesha se queda embobada,  respondiendo de forma automática a la pregunta. – Encantado Aleesha, tienes un nombre precioso.
- Gracias. – Responde con una sonrisa tímida. Raúl se sonroja.
- Bueno, ¡vamos a ver la peli! – repone rápidamente, para que ella no advierta su rostro enrojecido. – ¡Qué  tenemos que comprarlo todo aún!
- ¡Vale! – responde Aly sonriente, le caía bien aquel chaval, era majo y simpático. Además tenía una sonrisa Colgate.
Caminan lentamente hacia la caja, debido a la inmensa cola. Aleesha observa todo a su alrededor. O al menos eso aparenta. En realidad está metida en sí misma, pensando en quién sabe qué.
El silencio entre los dos jóvenes es largo y tedioso. Sólo lo rompe el barullo de la gente. Aunque a ellos les parezca que están solos.
Raúl está cansado de ese silencio incómodo. Debía preguntarle o decirle algo lo que fuese, aunque sea una chorrada. Pero ¿Y si se reía de él? No sabía cómo era la forma de pensar de aquella chica, ni sabía cómo era en realidad. ¿Y si era una mala persona?
Cogiendo aire decide que le va a preguntar algo, lo que sea. Pero se oye la canción de “Fucking perfect” de Pink. La chica descuelga.
- Hola, Saray. Ahora estoy ocupada. Sí, si. –Tras una pausa larga, entre cierra los ojos. – Sí, claro. Venga, cielo, luego te llamo. Adiós.
- ¿Una amiga? – le pregunta Raúl. Ella asiente.
- Sí, somos amigas desde pequeñas. Es como una niña pequeña. – responde con una sonrisa. – Me llamaba para quedar, pero alguien me llamo antes para quedar.
 - Ese supongo que he sido yo, ¿no? – responde con una sonrisa sarcástica.
-Sí.- dice con una sonrisa sincera. A Raúl le dio un vuelco el corazón. Que guapa era, cada vez que la veía sonreír le entraban unas ganas casi irrefrenables de abrazarla. - ¡Ey, parece que ya nos toca!
- Es verdad.– una vez compradas las entradas se dirigen al puesto de palomitas. Allí, el joven paga. Menú combo para dos, en cristiano, un barril de palomitas, una Coca-Cola y una Fanta.
Miran el reloj llegan tarde a la película. Comienzan a caminar rápido hacia la entrada a la sala. Se sientan con los anuncios en pantalla. Encuentran sus asientos en la oscuridad y apagan sus móviles tras usarlos para iluminar los números de las butacas.
La película elegida era una comedia romántica. Comenzaron el ataque de las palomitas una vez se inició la película, la chica tenía hambre, ya que casi no había tenido tiempo de comer nada.
En uno de esos ataques sus manos se rozan, ambos se excusan a la vez y se quedan mirándose en un silencio incómodo. Bañados por la luz de la pantalla, no ciernen a distinguir el sonrojo de ambos.
Las risas de sus compañeros de sala los devuelve a la realidad. Azorados buscan la pantalla. La película se sucede con miradas de reojo y pequeños roces en el  barril de palomitas. Poco a poco se fueron acostumbrando el uno al otro. Pasaron de estar incómodos a dejarse llevar.
Al poco tiempo ya estaban riendo. Cuando salieron del cine se contaban anécdotas del pasado.
-¡Menudas cosas te han pasado! – le comenta el chico.
-Y a ti tambi… - un empujón hace que la chica caiga en sus brazos. Se quedan mirándose, demasiado cerca. – G-gracias…
Murmura la muchacha, sus rostros están demasiado cerca. El chico le da un beso en la frente, Aly se sonroja y se separa un poco nerviosa.
-Era solo un beso en la frente, mujer. – se excusa mientras camina hacia la entrada.
-¡Me da igual! ¡No te aproveches de la situación! – está molesta y a la vez siente otra cosa en su interior sin importancia.
-Eso dependerá de la situación. – le susurra en el oído.
Aquello era el colmo, sale por la salida de atrás del cine y se dirige a un parque cercano. La noche cubría parcialmente el cielo con su manto. Aly camina decidida por el parque a oscuras, para atajar y llegar antes a la boca de metro que la devolvería a su hogar.
Una mano la aleja de su objetivo.
Detrás de la mano hay una persona, desconocida para Aleesha, un muchacho de unos veintitantos años.
Aly asustada forcejea tratando de liberar su brazo.
-¡Suéltame! – medio grita, en parte por el miedo y en parte por el enfado.
-Venga, preciosa, quédate un ratito conmigo. Lo vas a disfrutar. – la trata de relajar, pero ella no quiere, no debe relajarse. Trataba de buscar una posibilidad de huir.
Pero él tenía demasiada fuerza. Y ella… estaba sola.
¿Por qué?
Mientras esa pregunta se repite en su cabeza, cierra los ojos.
-Suéltame… - le ruega, tiraba de su brazo, pero su grillete era demasiado grueso.
-Venga, si se que te gusta, se que lo quieres.
-No quiero…- dice la muchacha mientras cesa en su empeño, no tenía la fuerza suficiente, se comporta como un obstáculo sin fuerzas.
Una lágrima recorre su mejilla. Si pudiera le hubiera pedido perdón. Debía pedirle perdón. No pensaba rendirse así. Volvió a tirar y continuar su empeño de liberar su brazo.
-¡Que no quiero!- grita. El agresor la tira contra el césped, se queda allí tirada. Ya está. Era el fin.
Sus últimos pensamientos irían a aquel chico. Al que desearía no haber dejado atrás por ser imbécil por una estupidez así.
Cierra los ojos. No oye ni siente nada. Como si fuera una muñeca, no quiere sentir. Las lágrimas caen por su rostro.
-Raúl…- sólo sale su nombre de su garganta atorada por el miedo.
Con los ojos cerrados acepta su destino.

Capítulo 48


Agosto dio paso a Septiembre, el fin del verano se acerca, y con ello el principio de las clases. Saray apoya su mano contra el cristal, como si esperara la llegada de alguien.
Hoy no la visitaría su pequeño ángel, tenía cosas que hacer, además la vuelta de sus padres sería al día siguiente, por lo que debía recoger la casa y dejarla limpia como una patena. Pero ni su cabeza ni su corazón estaban en su cuerpo, limpiaba como un robot, como un recipiente vacío.
Quería verle. Pero no podía. Siempre es lo mismo, el querer y no poder. A lo tonto ya ha terminado casi todas las habitaciones, solo le quedaba pasar un poco el plumero en el salón.
Una idea acude a su cabeza. Pasa el plumero lo más rápido que puede, se viste a toda velocidad, un vestido blanco de algodón y tirante grueso. Un cinturón y unas sandalias marrones. Sale como un rayo hacia las calles de Madrid.
EL traqueteo del tren acompaña a su corazón desbocado. ¿Y si se perdía? ¿Y si no estaba?
Las sucesivas preguntas aparecían como una secuencia en su cabeza, una tras otra.
Estaba nerviosa, quizás demasiado. Trata de respirar pero parece que no le llega el aire. El nudo de su estomago se hace más y más grande.
Sol. Su parada, no había vuelta atrás.

Gabriel mira por la ventana, a aquel cielo anaranjado que antes había sido azul, como sus ojos.
Quiere verla. Pero no puede, ella estaba limpiando. Mañana venían sus padres. Tendría mucho trabajo no sabía cuando iba a terminar. Él mismo había decidido limpiar también, o, al menos, colocar las cosas en su sitio.
Una idea le viene a la mente. Se comienza a vestir, sin prisa. Recoge las llaves y sale, iria a verla.
Baja rápidamente las escaleras, era lo malo de que se estropeara el ascensor y vivir en el ático.
Camina casi corriendo a la puerta, una figura esta en ella, extendiendo la mano hacia el telefonillo.

Su dedo se apoya en el telefonillo, pensativa ¿Sería este?
Oye un clac en su flanco derecho. Gira su cabeza rápidamente, y, como por arte de magia, se encuentra perdida en la mirada grisácea de aquel muchacho que tan bien conocía.
-¡Saray! ¿Qué haces aquí?- pregunta sorprendido.
-Quería verte, así que vine a verte.- le responde mientras le abraza. Le besa en los labios.- Se me ocurrió que podríamos comer juntos. Pero no recordaba que ático era.
-Torpe. Venga pasa. Es el B por cierto.
- Vale. Tomaré nota.- dice riendo mientras se acerca al ascensor.
-Espera, está roto.
-¿Qué? ¿Toca subir a pie?-pregunta decepcionada.
-Al menos yo sí. Acercate.- la joven se acerca intrigada. Gabriel la coge como si fuese una princesa.
-¿Pero? ¿¡Qué haces!?- pregunta la chica con el rostro enrojecido.
-Así no te cansas.
-Pero peso mucho.- se queja mientras se tapa la cara. Al joven le daban ganas de picarla más.
- No digas mentiras. No pesas casi nada, así que no te excuses, te voy a subir así y punto.- Comienza a subir las escaleras, Saray asustada se aferra a su cuello con las manos.
Primero. Segundo. Tercero. Cuarto. Quinto. Sexto. Aquel era su piso, baja a la muchacha a tierra firme.
-Tenías razón en que pesabas.- le comenta mientras actúa como si estuviera cansado.
-Te dije que pesaba, no me has hecho caso, así que no te quejes.- le da la espalda.- Abre.- refunfuña, Gabriel se acerca a ella y le da un beso en la nuca, y otro en el hombro.
-Era broma, tonta. Una princesa no pesa.- Se acerca a abrir la puerta.
-Lo sabía, sólo te seguí el juego.- dice mientras pasa. –¿Qué hacemos de cena?
-Eres mi invitada. Así que no… -Se acerca a él y le calla con un beso, al que le sigue otro y otro. Cada vez más intensos.
-Cocinaré contigo- le explica poniéndole el índice en sus labios.-Nos lo pasaremos mejor.
El muchacho se encoge de hombros y se dirige a la cocina.
-¿Qué quieres cenar?- pregunta a la vez que abre la nevera.
-Algo fresquito. Me apetece gazpacho.
-No tengo hecho, pero sí los ingredientes. ¿Lo hacemos?- le dedica una sonrisa. Ella le dedica una de respuesta y asiente.
-Hagamos eso, y podemos picotear de embutido, sería más sencillo de cocinar.
-Vale.- Gabriel saca los ingredientes, se los pasa a Saray quien los deposita en la encimera.
Y comienzan a cocinar, se reparten las tareas, y al rato, ya tienen su cena hecha.
-Yo lo llevo, ya verás como estos no se me caen.- dice guiñándole un ojo a Gabriel. Entra en el salón, suena un sonido muy alto, la joven se asusta y lanza los cuencos, cuyo contenido le cae encima.
-¿Qué ha pasado?- Gabriel se acerca preocupado, cuando la ve, allí bañada en gazpacho no puede evitar reírse.
-¡Cállate! ¡Tu móvil me asusto! ¡Lo tienes muy alto!- le regaña.-  Me voy a duchar, dame un camiseta o algo.
-Creo que tengo una que te sirve, ahora me dejas el vestido fuera y te lo lavo. Date un buen baño relajante.
Saray se dirige a la ducha pisando fuerte. Estaba enfadada y avergonzada por su torpeza. Unas lágrimas de impotencia ante lo ocurrido se asoman, pero ella no dejan que caigan. Es una tontería llorar sobre agua derramada.
Se desviste, dejando el vestido fuera, y se mete en la ducha, deja que el agua se lleve aquel líquido rojizo,  luego se enjabona con el gel para eliminar el olor.
Sale y se envuelve en una toalla, se viste con la ropa que le queda.
Al abrir la puerta se sorprende, no había echado el cerrojo, siempre lo echaba, ¿Tanto confiaba en él? Abre la puerta y estira la mano fuera del baño para recoger la camiseta prestada. Y se enfunda en ella. Le quedaba como un vestido, no habría problema.
Sale de la habitación, arrastra los pies descalzos sobre las baldosas. Gabriel estaba sentado en el sofá, se había dormido, ¿tanto había tardado?
Se sube en el sofá y le besa, lentamente. El joven se despierta, y responde a su beso. Sus lenguas bailan la una con la otra.
Los besos apasionados se vuelven salvajes. Gabriel echa a la joven sobre el sofá, el joven se recuesta sobre ella. Se siente prisionera, no sabe que hacer. Le da miedo por una parte, por la otra, aunque sea la minoría, no quiere que pare.
La joven cierra fuertemente los ojos, concentra todas sus fuerzas en formular la única salida posible.
Gabriel se para y la mira, aparenta un cervatillo asustado, recordaba lo que era sentirse así. Le acaricia el rostro y se incorpora.
-Lo siento…- es lo único que formula antes de levantarse para irse a por cualquier cosa, exista o no, que falte en la mesa.
-No has hecho nada malo, Gabriel. Es sólo que necesito tiempo.- le susurra ella, quien se adecenta la camiseta-vestido, se sienta y mira a sus sandalias.-¿Lo entiendes?
-Sí…- musita abre la boca para decir algo más pero ella le calla.
-Aunque, si te digo la verdad, me gustaría que tú fueras el primero…- susurra sonrojada, cogiéndose las piernas con los brazos.- Es sólo un “por ahora”.
-No digas eso, no lo vuelvas a decir. –Dice mientras la mira directamente a los ojos.- Porque me vas a volver loco.
El rostro de ella se torna rojo, rompe el contacto visual.
-Bueno, vamos a cenar lo que queda.-Decide por los dos, Saray se sienta ibediente, pensando en algo que decir para romper el hielo. Mira a su alrededor mientras cena.
-¿Esa es tu madre?- Dice al ver un portarretratos.
-Sí, no nos parecemos casi.- se ríe, como si recordara algo gracioso.- Siempre me parecí más a mi padre.
-¿Cómo es? Es que no veo ninguna foto de él…-Gabriel cierra los ojos, para ver su rostro, ya casi lo habría olvidado de no ser que eran como el reflejo de uno y del otro.
-Era, como decirlo, como si fuera mi gemelo, pero más viejo, además de con los ojos color miel. O así debería haber sido.
-¿Debería?
-Sí, él murió cuando yo tenía unos ocho años, Viajaba mucho por trabajo ¿sabes?- dice con una sonrisa irónica- un día se fue en un avión, dijo que nos llamaría cuando llegase, pero nunca nos llamó.
-Perdona no lo sabía…
-No pasa nada, fue hace mucho ya. – repone con una sonrisa. – Tengo muy buenos recuerdos de él, vivo mi vida sin entristecerme por ello, porque se que es lo que le hubiera gustado, que siguiera adelante.
-Pero, a veces hay que recordar a los que no están.- una sonrisa melancólica se forma en el rostro de la joven, mientras corta un trozo de carne. – Mantenerlos presentes en nuestros corazones incluso cuando ya no están.

Capítulo 47


Se mira en el espejo mientras da vueltas, ese vestido le quedaba perfecto, lo justo como para poner a un hombre a sus pies.
Eso era lo que quería.
Una sonrisa se cruza en su rostro mientras repasa su plan de conquista. Esta vez lo lograría.
Su vestido escotado y ajustado rojo ayudaría a conseguirlo, pues como dicen hay que usar nuestras propias armas ¿no?
Llaman a su pequeño móvil. Se sienta en la cama a la vez que descuelga la llamada sin mirar quien era.
-¿Sí?-pregunta feliz, ¿por qué no estarlo si la caza iba a ser un éxito seguro?
-¿Dy?-pregunta una voz temblorosa y femenina. Seguía teniendo la misma voz que hace tanto tiempo, cuando aún se veían. Pero aunque no la tuviera sabría quien era por aquel apodo que odiaba desde lo más profundo de su ser.
- ¿Elena? ¿Eres tú?- responde cortante como el frío hielo, no quería hablarle a ella. No al menos sin verse la cara.
-Dy… ¡Oh, Dy! ¿Nunca me volverás a llamar mamá?- le pide suplicante la voz de su madre. Medio llorando por nervios y de tristeza por no volver a oír la risa ni tener el cariño de su hija, de su único sustento para seguir teniendo esperanza.
Diana en cambio la repudiaba. Por no haber hecho nada. Por haber huido, como la cobarde que es, cuando la necesitaba. Por haberla abandonado como a una muñeca sucia y rota. Sólo le agradecía que la hubiese hecho más fuerte. Desde entonces supo que nada es para siempre, que todo se acaba. Hasta el amor que parece como el primer día.
Por ello había dejado a Gabriel, porque temía que le hiciese daño, y antes que eso prefería causarlo, pues no quería volverse débil como su predecesora.
Aún recuerda su historia.
Cuando ella tenía seis primaveras, Elena se quedó viuda, ante la impotencia de perder lo que más amaba en un accidente, y verse en paro con una hija que sustentar la atemorizó. Dejando a la niña con su abuela materna, salió de aquella ciudad con olor a muerte y a mala suerte.
Para Diana su madre fue lo que la condujo a un camino de espinas, nunca creyó en nadie, todo el mundo escondía algo. Que todo lo que la rodeaba era efímero.
Aprendió a que ni siquiera un sentimiento podía sobrevivir en un mundo tan cruento como aquel.
Su madre la llamaba de vez en cuando, no recuerda cuando fue la última vez que la oyó decir mamá con su voz cantarina. Se le partía el alma cuando pensaba que nunca lo volvería a oír, al menos en esta vida.
-Dy… -quiere preguntárselo, decírselo sin rodeos.
-Bueno he quedado. Así que adiós.
Tu-Tut. El sonido mecánico del teléfono la acompaña. Su petición queda suelta en el aire delante del interfono.
Diana camina, segura. Se pone los cascos. Reproducción aleatoria, canciones que llegan como al abrir una bolsa sorpresa, sin esperarlas. Llega a una.
Está cansada de aquella canción, teclea en el móvil hasta pulsar en eliminar. Una menos. Una canción menos en su larga lista de música.
Llega a aquel edificio tan familiar para ella. Había pasado tantas noches allí, sus mejillas se enrojecen. ¡Qué tonta había sido! Sólo se había ido para olvidarle, pero le quería tanto que nunca pudo olvidarle. Se dio cuenta de que un clavo puede sacar a otro clavo, pero un amor no puede reemplazar a otro.
Pulsa aquel timbre que tantas veces había pulsado. Pero a diferencia de tantas otras veces no responde ninguna voz, sonríe con añoranza, parece que el destino no quieren que se crucen.
Sólo le quedaba una última oportunidad, sólo una antes de resignarse y perderle para siempre. Necesitaba encontrarle y mantener una conversación con él, a solas. Maldice al destino, y a la vez le pide un deseo, mientras una lágrima cae silenciosa por su mejilla.